jueves, 26 de enero de 2012

Transportando historias



Un día más acudo a la parada de siempre a coger el autobús. Es muy temprano, aún no ha amanecido, y mi mente vaga aún en ese mundo irreal de sueños y pensamientos confusos. Esta mañana he llegado a una conclusión: este autobús no transporta personas, sino historias. Y si no me crees, déjame que te lo muestre.

A la primera persona que vemos al subir es al conductor. No es siempre el mismo, por supuesto. Hoy es una muchacha con cara de cansancio, pero que me sonríe, como cada mañana, al oírme saludar.

Y pasamos al interior. Siéntate conmigo justo detrás del conductor y echemos un vistazo.

En el asiento de enfrente siempre se sientan esas dos mujeres mayores. La de la derecha es la típica abuela alegre y cariñosa. Todas las mañanas se levanta así de temprano para ir a casa de su hija a cuidar de sus nietos. Los padres de los niños trabajan desde muy temprano, así que la abuela tiene que estar ahí para levantar a los pequeños, ayudarles a arreglarse para ir al colegio, darles un buen desayuno y acompañarles luego hasta la puerta. Podrías pensar que le pesa, pero ella lo hace con gusto: no hay nada mejor que estar con sus nietos y, de paso, echarle una mano a su hija. Hoy le explica a su acompañante que el más pequeño tiene fiebre y que tendrá que quedarse cuidando de él, no podrán ir al parque.

Sin embargo, y aunque su acompañante parece tan abuela como ella, no lo es. Es una señora que casi siempre ha estado sola, viendo su vida pasar a través del cristal, sin nadie con quien hablar, sin nadie con quien compartir su vida. Ahora es vecina y amiga íntima de su compañera de asiento y la acompaña cada mañana, sólo para salir, hablar y notar el aire en la cara. Está muy callada mientras escucha. A ella también le gustaría hablar de nietos.

Mira ahora detrás de ellas. ¿Ves a ese muchacho con su mochila? Pues cada mañana ocupa el mismo asiento en el autobús de camino a la facultad. ¿Por qué ese asiento, y no otro cualquiera? La respuesta la tienes en la siguiente parada. Justo aquí. Esa chica que sube despacio, cargada de carpetas y libros. Ella es la razón. Todas las mañanas se miran, se sonríen y, cuando parece que van a hablar cada uno sigue su camino como si nada hubiera ocurrido. Y es verdad, nada ha ocurrido entre ellos; de hecho, ni siquiera saben sus nombres, ni sus gustos, ni siquiera su tono de voz. Lo único que saben es que nunca ocurrirá.

Mira ahora al fondo del todo. El hombre trajeado que está sentado solo con su portátil abierto. Es un empresario, que no deja de trabajar ni de camino a la oficina. En casa ha dejado a su esposa y a su hijo durmiendo. Sólo les ve un ratito, de noche, justo antes de caer extenuado en el sofá. Apenas intercambia palabras con ellos. Las preocupaciones que lleva en la cabeza no le dejan, aunque la vida sigue a su alrededor mientras redacta informes y toma decisiones complicadas.

Pero hoy tal vez no sea un día como los demás. Hoy es un día perfecto para que ocurran las cosas más inesperadas. Por eso, sonrío cuando veo a las dos ancianas ayudarse a bajar del autobús, decidiendo que van a hacer un bizcocho para que el pequeño enfermito se recupere antes; a la muchacha se le cae uno de los pesados libros que lleva en los brazos, y el joven se apresura a recogerlos, iniciando así una conversación; y el ejecutivo sonríe al ver la foto de su familia de fondo de pantalla en su ordenador, que su esposa le instó a poner la noche anterior.

¿Ves lo que te quería decir? Este autobús va lleno de historias cada día. La vida sigue su curso como si nada, pero esas vidas ya no serán iguales que antes de subir a este autobús.



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