jueves, 22 de marzo de 2012

De obras y rotos

 Este verano tuve la suerte de viajar a Alemania. Estuve por Berlín, Dresden y Leipzig. No tendría suficiente espacio en este blog para contaros todas las maravillas y tesoros que esconden estas ciudades, y seguramente nos quedaron muchísimas más sin ver. Pero una de las cosas que más me llamó la atención es que gran parte de la autovía y de Berlín estaba en obras. Más organizadas que aquí, pero obras, al fin y al cabo. Y de eso voy a hablaros hoy.

No se exactamente cuándo comenzó la fiebre de las obras. En principio, podría decir que el auge fue con la crisis, para intentar paliar sus efectos: más obras, más gente contratada, más dinero en movimiento (como los economistas decimos, política fiscal expansiva por la vía del gasto). Pero es verdad que hay grandes obras que se iniciaron antes. Y otras grandes obras que se quedarán a la mitad por falta de dinero.

¿Y cuál es el efecto de las obras sin acabar? Eso lo sabemos todos, pues lo sufrimos cada día. Aceras abiertas, calles cortadas, desvíos... Como decía, en todas las ciudades hay obras, incluidas las del extranjero. Pero voy a hablaros de las de Málaga, mi ciudad, que es el caso más cercano que conozco. Y en particular, de las obras del metro.

El metro de Málaga tiene abiertos tantos frentes por toda la ciudad que ocupa la gran mayoría de accesos importantes al centro y a las zonas más conflictivas de tráfico: Universidad, Avda. Velázquez (la antigua carretera de Cádiz) y Avda. Juan XIII, entre otras. Y es un verdadero fastidio cuando tienes que pasar por estas zonas cada día. Los coches, taxis y autobuses se las ven y se las desean para poder pasar. Y todos los días puede cambiarte el desvío, por lo que puede ser que la calle por donde pasaste ayer ya no te sirva hoy.

Seguro que habrás oído muchos comentarios al respecto. Pero hoy me estaba acordando de un comentario muy acertado por parte de un niño de unos cinco años. Estaba sentado junto a su madre en el asiento de delante del autobús, hará un año, cuando las obras estaban en todo su apogeo por calle Cuarteles. El pequeño miraba embelesado las calles por donde pasábamos, señalando todo lo que le llamaba la atención. Al pararse el autobús junto a las obras del metro, abrió la boca, alarmado, y tiró de la manga de su madre.

-¿Qué ocurre?- preguntó ésta, alarmada.
-¡Mamá, la ciudad está rota!- gritó con congoja el pequeño.

Ya sabes lo que se dice: los niños siempre dicen la verdad.



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