jueves, 26 de abril de 2012

El poder de la observación


Normalmente utilizo el espacio de mi blog para hablaros de lo importante que es tener fe en uno mismo, y de mantener una actitud positiva, enfrentándose a los retos diarios con una sonrisa y mucha observación. Por eso, para reforzar esa imagen, hoy me apetece contaros una historia.

Hace mucho tiempo existía un hombre triste. Vivía en una casa muy básica, con toda su familia (padres, abuelo, hermanos) apelotonada en dos habitaciones escasas. Su trabajo no le gustaba nada en absoluto: se trataba de preparar dulces que casi nadie pedía y servir cafés en un bar alejado de su domicilio. Se tenía que levantar muy temprano cada mañana y coger un par de autobuses, para luego acabar cobrando muy poco, tan poco que apenas tenía para mantener a su familia.

Aquél día no sería muy diferente de los demás. Se levantó a la misma hora de siempre, cogió los dos autobuses en las paradas de siempre, y llegó a tiempo para abrir el bar, a la hora de siempre. Sin embargo, se equivocaba. Aquél día sería diferente, aquél día comenzaría una nueva vida para él. La noticia le llegó junto con su jefe, el dueño del bar. Había decidido cerrarlo ante la falta de clientes. Aguantarían esa semana, pero no podrían mantener el bar por más tiempo.

Así, nuestro protagonista pasó el peor día de su vida. Sirvió los cafés sintiéndose deprimido, casi sin levantar la vista de la jarra de leche o del platillo de los bocadillos. Al final del día, cuando ya iba a cerrar el bar, vio que había un hombre mayor sentado aún en una de las mesas. Trató de recordar. Aquel hombre llevaba allí sentado casi todo el día. Extrañado, se acercó a él. Y el hombre le sonrió con una de las sonrisas más maravillosas que jamás hayan existido.

-¿Qué te ocurre, buen hombre?- preguntó el anciano. -La vida es demasiado hermosa como para que estés así de triste.
-Esta es mi última semana de trabajo. Mi jefe cierra el bar.
-No es motivo para estar así- le dijo. -¿Acaso no te has dado cuenta?
-¿De qué?- preguntó el hombre, extrañado.
-De que el bar se cierra, pero tú puedes abrirlo. De que había dos chicos diciendo que lo que más les atrae del bar son los maravillosos pasteles caseros que tiene y que nadie conoce. De que una muchacha maravillosa te ha estado tanteando para contratarte en su pastelería.

Nuestro protagonista no guardaba recuerdo de nada de esto. Pero agradeció al anciano su observación, se despidió de él y cerró hasta el día siguiente.

Pero algo había empezado a cambiar dentro de él. Durante toda la noche le estuvo dando vueltas al asunto, creando ideas que antes le habrían parecido absurdas, hasta que se durmió de puro cansancio. 

Al día siguiente todo aparentaba la normalidad acostumbrada. Pero él no era el mismo. Llegó a la hora acostumbrada al bar, preparó más pasteles caseros que nunca, llenó una bandeja y la llevó a la puerta. A todo el que pasaba le mostraba una sonrisa y lo invitaba a un pastel.  Pronto, el bar estuvo lleno de gente que bebía café y pedía dulces. La chica entró y le habló de la pastelería, y ambos estuvieron concretando puntos.Y cuando llegó su jefe y vio el bar lleno, también sonrió.

-¿Cómo ha ocurrido?- le preguntó, sorprendido.
-Sólo teníamos que prestar atención a nuestro alrededor. Necesitaba potenciar su punto fuerte, que son los dulces para el café. Y he estado hablando con María. Trabajaré con ella en la pastelería, pero he conseguido una oferta para que el bar se surta de sus dulces más originales todos los días, dulces que sólo te venderemos a ti. Así, nadie saldrá perjudicado. Pero si aún quieres cerrarlo, dímelo y te lo compro.

Y le dirigió una sonrisa al anciano que se detuvo ante la puerta del bar lleno, sonreía al verlo y seguía dando su paseo, tan vez para encontrar a alguien triste al que ayudar.

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